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4 de abril de 2010

Desayuno con diamantes


A pesar de haber leído unos cuantos libros a mis pobres 24, las bibliotecas siempre han estado fuera de mi radar de lugares favoritos. Me parece el lugar más aburrido sobre el planeta. Creo que sólo he alquilado unos tres libros en mi vida, el resto ha sido un placer comprarlos, heredarlos de mi padre y, qué cosa, sólo he recibido uno como obsequio (¿es que nadie regala libros o tengo cara de leer poco?). En mi escueta estadía en la Madre Patria me he deleitado con La Dama de las Camelias, de Alejandro Dumas, y La Tregua, de mi amado Benedetti, que encontré en un rinconcito de una acogedora librería de Sol. Así sí provoca permanecer horas en un lugar en búsqueda de una historia paralela que llene los huecos de nuestra peligrosa carretera, especialmente la mía, que no se conforma con una sola dirección, por lo que de vez en cuando me desvío por la séptima avenida del arte. Y adivinen dónde desemboca ahora: ¡en una biblioteca! “Isn’t it ironic… don’t you think?” Pues sí, desde hace unas semanas estoy de ratoncita en una de las más grandes del pueblo, en la que así como libros puedes alquilar películas gratis :) Thelma & Louise, El Amor en los Tiempos del Cólera, Hable con Ella, han sido sólo abrebocas de mi verdadero motivo para cruzar todo Alcorcón: The Audrey Hepburn Widescreen Collection. Estoy locamente enamorada de la imagen de esta actriz (si es que lo fue) y, en realidad, nunca había visto una película de ella. Sabrina fue un gran comienzo, y luego de ver My Fair Lady y Vacaciones en Roma, acabo de ver finalmente la famosa Breakfast at Tiffany’s, adaptación de la novela de un traicionado Truman Capote, en total desacuerdo con la elección de la menuda actriz para su volátil Holly Golightly. Curiosamente, así como en las películas anteriores, a la Hepburn siempre la llamaban de último para interpretar un papel, seguramente porque su inevitable iconicidad física aumentaba inversamente proporcional a la importancia de su personaje de turno. La protagonista de “Desayuno con diamantes” no es Holly Golightly, ni Lula Mae, es la propia Audrey, la de “limitados” atributos físicos que dejaron el premio de consolación a la actuación, el guión, la dirección, incluso la fabulosa ciudad de Nueva York y el divino vestido negro de Givenchy, a cambio de una condena de aparecer en carteras, franelas, cuadros, libretas y fondos de pantalla por el resto de la eternidad. ¿Quién dijo que la suerte de las feas la desean las bonitas?

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