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21 de marzo de 2010

Corteza de McQueen en salsa... ¡para ayer!


Si Alexander McQueen hubiera nacido en el siglo XVI, seguramente hubiese desatado la furia de Enrique VIII ante una hereje rendición de sus esposas hacia tan irreverentes atuendos. Quizás hubiese muerto decapitado por orden del pretensioso rey y, para empeorar el escenario, sus vestidos condenados a la hoguera, pero el legado de un artista en realidad reside en la obra que hizo en vida y el privilegiado impacto causado entre los que compartieron, directa o indirectamente, su entorno. Ana Bolena, sin duda, hubiese sido la Sarah Jessica Parker de la historia, al esconder de su temible esposo un vestido corto de falda drapeada, con hilos de oro bordados sobre el rojo sangre de un ajustado torso, en una recámara secreta del Palacio de Greenwich. Tras la muerte de Enrique VIII, su viuda Catalina Parr hallaría el gran tesoro y lo incluiría como parte de su testamento a la sucesora del trono, la mítica reina virgen, Elizabeth I... ¿Cómo vestiríamos en la actualidad? La ciencia aún no lo ha comprobado, pero en teoría el más mínimo cambio en el pasado podría ocasionar eventualidades totalmente adversas en el futuro. Probablemente el pudor ya se habría extinguido y andaríamos con escasos retazos productos de un virus llamado Mix&Match, porque no existiría una influyente figura que rescatara la elegancia real de la época medieval, exquisitamente adosada con vanguardistas pinceladas de una brillante mente libre de convencionalismos e inmune a las tendencias de turno. Lamentable o afortunadamente, el tiempo no se puede regresar. El genio McQueen no pudo haber vivido en otra época que en los decadentes 2000: su legado es el impulso para construir una nueva era, la era de la real elegancia moderna.

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