La siguiente entrada es una transcripción del discurso que preparé para la misa de fin de año de la iglesia de Manzanares y hoy, 23 de enero, día de la democracia, quiero ofrecerlo gratuitamente a mis valientes clientes...
Cuando fui convocada para dar este mensaje, me sentí muy emocionada porque tengo muchas cosas que me gustaría compartir, pero al mismo tiempo asumí un compromiso muy grande con mi bella parroquia y no la quería defraudar. Por lo que acudí al que sabe, sí, al mismísimo Jesús, que a través del Espíritu Santo me sugirió una lectura que no podía ser más perfecta para la ocasión: “Consuelen a mi pueblo”. Tan solo el título de este capítulo escrito por el profeta Isaías lo dice todo: “Consuelen a mi pueblo”. Pero, ¿cómo se consuela a un pueblo? Si tan solo consolar a un familiar o a un amigo, que le tenemos tanta confianza, se nos hace difícil, y Dios nos pide que consolemos a toda una nación.
Por supuesto, en este caso, nos referimos a nuestra querida Venezuela, que este año no se las ha visto nada fácil. Tan solo con abrir el periódico, quisiéramos que el café viniera con una dosis de voluntad para no llorar ante tantas noticias nefastas, sobre sucesos que ocurren apenas a escasos metros de donde nos encontramos. De hecho, no hace falta ni leerlo, porque estoy segura de que la mayoría de las personas que nos encontramos aquí tienen a un conocido que ha sido víctima de la inseguridad o, incluso, nosotros mismos. Y es ahí cuando nos preguntamos, ¿por qué?, ¿por qué está pasando todo esto?, ¿por qué me pasó a mi? ¿Dónde está Dios…? Y es ahí cuando olvidamos el primer mandamiento y comenzamos a perder poco a poco la esperanza, nos volvemos más incrédulos y no solo vamos perdiendo la confianza en el Señor, sino en los demás y hasta en nosotros mismos.
“Consuelen a mi pueblo”. Confieso que fue lo menos que hice a principios de este año. Me encontraba realizando una especialización en Madrid y comencé a escribir a mis amigos de Venezuela unas crónicas de mis vivencias en
Y volvemos a la típica pregunta ¿por qué estamos como estamos? Fácil, porque simplemente nos estamos alejando de la palabra de Dios. Si de algo debemos estar seguros, es que este mundo no es de Dios. Hace más de dos mil años Dios envió a su hijo Jesucristo a habitar entre nosotros, a visitarnos, pero sobretodo, a transmitirnos su valiosa palabra y promesa de vida eterna, que quedó bien clara con la resurrección de nuestro salvador. ¿Cómo esa palabra se ha mantenido vigente por más de dos milenios y llegó a nosotros, después de tantas guerras y catástrofes mundiales que nos han azotado durante estos últimos siglos? Por la fe de los discípulos y de todos los profetas que creyeron en esta palabra y sacrificaron sus vidas para que se transmitiera de generación en generación. Y ahora, ¿quién posee esta palabra, este divino mensaje? ¿El Vaticano? No, nosotros. Somos nosotros a quienes Dios nos ha encomendando el divino reto de seguir predicando su palabra, sus hechos, porque tenemos la convicción de que son ciertos, así como su promesa de salvarnos ante las adversidades. Si estamos seguro de ello, por qué nos quedamos gimiendo y llorando en este valle de lágrimas (como reza
La hierba se seca y la flor se marchita,
mas la palabra de Dios
permanece para siempre.
Sube a un alto cerro
tú que le llevas a Sión una buena nueva.
¡haz resonar tu voz, grita sin miedo,
tú que llevas a Jerusalén la noticia!
Diles a las ciudades de Judá:
“¡Aquí está tu Dios!”
Sí, aquí viene el Señor Yavé, el fuerte,
el que pega duro y se impone.
No hay comentarios:
Publicar un comentario